Pintura 1990


Emilio Santisteban Ponce
Vivimos una dictadura mediático-empresarial de ultraderecha; ella promueve el competitivismo neoliberal y opera impunemente a través del corruptivismo tradicional; caminamos a ojos vendados por el alanmantillismo del mismo modo en que nos negábamos a ver el cáncer fujimontesinista que crecía silencioso en 1990.

Ahora, en plena metástasis, es necesario señalar una falsa paradoja: en Lima, desde muchas de las prácticas artísticas que suelen autoproclamarse trasgresoras, el individualismo mercantilista avanza junto a la indiferencia ante la criminalidad de Estado y la injusticia. En arte, la enfermedad del competitivismo anula toda trasgresión remplazándola por aspavientos que la imitan mal, y las escuelas de arte acompañan y promueven dicho engaño. Las mejor ubicadas inyectan rápidamente a sus egresados en las tres o cuatro tiendas con mayor movimiento de mercadería y en las instituciones y eventos más vendedores, mientras que -entre los que aún son estudiantes- las medallas se pretenden marcas de iniciación en el club del mercado artístico local, ese al que sus agentes más prósperos niegan existencia de la boca para afuera.

Entre tanto, la Escuela Nacional de Bellas Artes no parece percatarse todavía de que sus olímpicas medallas de oro, plata y bronce no participan hace mucho de ese juego de prestigios mercadotécnicos. Actualmente, son las medallas de oro, oro y plata, y de plata -otorgadas por una escuela privada- las lógicas indicadoras del éxito en una Lima que lleva los destinos del país según los designios de la filosofía del crecimiento financiero y las inversiones en los mercados de commodities.

Ilusa como siempre, la Escuela no se enfoca todavía en su verdadero papel; la reducción “pragmática” de sus años de estudio para “botar” promociones más rápido al mercado, e incluso la existencia de esta muestra, lo prueban. Para formar los artistas necesarios, la Escuela requiere extirpar las medallitas que sólo aturden y envanecen, evaluar con espíritu seriamente autocrítico sus posibilidades de actuar como agente positivo en el sistema artístico y, tras un quimioterápico proceso -que pasa por una total redefinición de perfiles profesionales, contenidos y metodologías, y planes de investigación académica de alta performance y pertinencia- caminar hacia una docencia y unos estudios exigentes y efectivos de verdad, por un país en el que urgen artistas cabalmente profesionales y ciudadanos.





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